miércoles, 31 de enero de 2018

Microcrónica literaria de la 2ª noche de Preliminares del #COMBA2018

No fue una buena mañana para él. Como cada sábado, esperaba como un loco a que dieran las nueve de la mañana, hora a la que abría el kiosko de la esquina. ¿Para comprar el periódico? ¿Alguna revista? ¿Unos chicles? No, el siguiente fascículo de una colección que le encantaba: novelas de aventuras.

- ¿Ha llegado ya el nuevo libro? Estoy deseando leerlo.
- Sí, aquí tienes, "Moby Dick". Pero lamento decirle que es el último de la colección, la semana que viene ya no habrá más. No han tenido la buena acogida que se esperaba.
- Vaya, una lástima, me releeré los que ya tengo. Gracias, buenos días.

Caminaba distraído, algo triste, cuando levantó la cabeza y vio que estaba apunto de chocarse contra una chica de pelo corto y ropa poco femenina. Al dar un paso a un lado para apartarse, la chica se le encaró y le gritó:
- ¿Qué crees que están haciendo?
- Pues... apartarme para que no nos choquemos.
- Ya, ¿y por qué te tienes que apartar tú? ¿No me puedo apartar yo? Es porque soy la mujer, ¿verdad? Y los machistas como vosotros os creéis que no podemos cuidarnos nosotras solas, ¿no? Por culpa de gente como vosotros tenemos que defender que somos feministas. Da gracias que no te voy a denunciar.
- Pero...
- ¿Y me contestas? Anda, tira, tira. Que te voy a estar vigilando durante una semana para que no te pases ni un pelo. ¡No, ni me mires!

Aún con cara de incredulidad, nuestro protagonista siguió su camino. Su siguiente parada era el puesto de cupones, ahí sabía que no tendría mala suerte o, al menos, no tanta mala suerte como el 99% de los otros jugadores. Tuvo que esperar porque había otro hombre delante, un hombre que estaba comprando muchos cupones. Demasiados. Su aspecto era de millonario, como si ya hubiese ganado la Lotería antes y lo quisiera demostrar con ropa elegante y un fajo de billetes asomando por el bolsillo. Y ahora estaba comprando todos los cupones para volverla a ganar. Y seguramente la semana siguiente volvería a probar suerte y quién sabe si dos veces...
Miraba al millonario alejarse con un sobre lleno mientras él le hacia gestos al vendedor para que le diera uno. A la quinta vez se dio cuenta de que era ciego y se lo pidió de palabra.
- Uno que acabe en ocho, por favor.
- Lo lamento, ya no me quedan, ese señor se los llevó todos. ¿Qué le parece? La primera vez que vengo, vendo todo y ya me puedo ir y no volver hasta dentro de un año. Total, para lo que hay que ver en esta vida...- y dando media vuelta, se marchó.

"Se acaba mi colección de libros preferida, me amenaza una feminista y encima no puedo ni comprar un mísero cupón al pobre ciego porque se lo ha llevado todo un millonario manirroto... ¡estoy a punto de cometer una loc...!"
- ¡Alto!
- ¿Quién es? ¿Quién habla?
- Aquí arriba.
- ¿Arriba? ¿Eres Dios?
- No, idiota, aquí, a la derecha, en lo alto de la escalera.
Vio un señor, vestido de blanco, con sombrero y bastón que le habló con voz firme y armoniosa:
- Me ha parecido que querías cometer alguna locura. Ni se te ocurra. Debes mantener la Dignidad y la cordura, debes ser íntegro y buscar dentro de ti ese paraíso que te dé la paz y la tranquilidad. ¿Quieres subir? Aquí lo encontrarás
- Hummm, suena bien lo que dice, pero ya se me pasó el mosqueo. Gracias. Respiraré hondo y me iré a casa.
- Está bien, pero, para lo que necesites, aquí me tendrás durante esta semana y la siguiente.

Miró el reloj y solo eran las diez. Había pasado la hora más rara de su vida. Se marchó a casa pensando que, para redondearlo, solo faltaba que le cayese un melón en la cabeza...

martes, 30 de enero de 2018

Microcrónica literaria de la 1ª noche de Preliminares del #COMBA2018

- Un café solo, por favor.
Qué maravilla de lunes, he salido pronto de trabajar, no parece que estemos en invierno y hay una mesa vacía en mi terraza preferida, ¿qué más puedo pedir?

Lamentablemente, no todo puede salir perfecto. Yo buscando tranquilidad, escuchar el canto de los pájaros, que me acaricie la suave brisa... y justo tiene que empezar su turno un obrero, al que veo venir con una taladradora. Estoy a punto de levantarme e irme cuando veo que no es un obrero: es un arqueólogo que mira los planos, mira el suelo, niega con la cabeza, desecha la taladradora y empieza a cavar con una pequeña pala, con mucho mimo y cuidado.
- Oiga, ¿va a usar la taladradora?
- No, por dios, no se me ocurriría, esta tierra se merece respeto, hay que tratarla con delicadeza y cariño. Solo así podremos extraer sus verdaderas riquezas. No sé qué estoy buscando, pero seguro que algo encontraré. Como mínimo tendré otro día más para excavar.
- Pues que tenga mucha suerte.

Viendo que el arqueólogo no iba a perturbar mucho mi tranquilidad, me puse a observar una curiosa pareja. Deduje que eran madre e hijo, pero su interacción era de lo más extraña: ella tratando de hablarle a grito pelado y él mirando a chicas... bueno, a señoras ya entradas en años, como añorando un largo amor recién terminado... Dios mío... Él parecía que tenía lumbalgia de cargar, ella seguía gritando. Él riñendo a un niño que tiraba gusanitos a los pájaros y la madre... pues gritando.
- Su café
- Muchas gracias, por cierto, ¿sabe si esos dos se van a quedar mucho tiempo?
- Vienen mucho por aquí, es común verlos. Si pasa la semana que viene por aquí, los verá también.

No me dejó muy tranquilo. Ya que se me había despertado la vena cotilla, me centré en observar durante un buen rato a otra mesa, con otra extraña pareja. Dos amigos, antagónicos totalmente. En los diez minutos que estuve escuchando, dieron un repaso a toda la actualidad y creo que no se pusieron de acuerdo ni una sola vez. Uno decía "blanco", el otro "negro"; uno "derecha", el otro "izquierda"; uno "Real Madrid", el otro "Barcelona"... y así con todo. Por un momento temí que fueran a acabar mal, pero todo lo contrario. Se levantaron para marcharse, se dieron un abrazo y se despidieron con un "la semana que viene nos vemos de nuevo, ¿no?" "Claro, amigo, aquí estaremos". Curiosos personajes.

Decidí que era el momento de marcharme, pedí la cuenta, pagué el café con la última moneda que me quedaba y me levanté. Justo en ese momento, se me acerca un hombre bastante estrafalario con pintas de mendigo algo loco, con un mono a cuestas y unos andares algo sospechosos. Sus intenciones solo eran las de pedirme una moneda y le dije que acaba de usar la última. No se lo debió creer: tanta gente habría usado la misma excusa... Por curiosidad le pregunté de dónde era y me dijo que de aquí y de allá, que esos días estaba en aquella plaza, pero que la semana que viene seguramente estuviera en otro lado. Me conmovió su amor a la ciudad, pero no pude hacer más por él, y seguramente tardáramos en encontrarnos.

Emprendí el camino a casa, recordando la tarde que había pasado, muy original, había conocido a gente muy variopinta a la que no me importaría volver a ver. Aunque para eso tenga que esperar una semana entera.