lunes, 1 de julio de 2013

Sueño de una noche de febrero



Le temblaban las rodillas, le sudaban las manos, y eso que aún quedaban más de dos horas para actuar.
Era el líder de aquel grupo que, por sorpresa, se había metido en la gran final. Si ya estaba nervioso por subirse a las tablas a cantar el primer día, más aún al verse esa noche de viernes rodeado de tantos murgueros que habían marcado la Historia del Carnaval de Badajoz.
Era una extraña sensación: un par de años antes, él cantaba por los bares los estribillos de aquellos artistas, y ahora se le ponían los vellos de punta al leer críticas positivas a las letras que él había ayudado a escribir, a la música que había ayudado a componer, al disfraz que había sugerido coser… Y no era el único, toda su murga estaba igual de nerviosa y motivada a la vez, con un único objetivo: hacer pasar al público unos veinte minutos agradables, que les premiaran con risas y aplausos y coger fuerzas para participar muchos años más.
Ya se acercaba su turno, la murga previa (y principal favorita) estaba empezando ya el popurrí. Tocaba terminar de afinar las guitarras, comprobar que cada elemento del escenario estaba preparado, sellarles la boca a los figurantes…
Las presentadoras los estaban mencionando. El público ya aplaudía. Las luces ya se apagaban. El telón ya subía. Le tocaba empezar con el primer acorde, y…

Y al momento se despertó. Intentó cantar y le salió un gallo terrible. Cogió la guitarra que tenía en el armario y le fue imposible enlazar cuatro notas seguidas. Intentó pensar un chiste sobre alguna noticia de ese día, pero no le salió nada gracioso.
A él le pasaba como nos pasa a otros muchos, que nos encantaría ser parte de ese elenco murguero que animan las noches del Carnaval, pero nos tenemos que limitar a disfrutar boquiabiertos del espectáculo que año tras año nos ofrecen los verdaderos artistas, a aplaudir a todos los grupos que han pasado meses preparando la actuación, a sentir una profunda admiración por quien reúne el valor suficiente para subirse a las tablas con sus compañeros.

Y que todo esto dure muchos años más. Porque el Carnaval se hace entre todos: entre quien actúa en los escenario y desfila en las calles, y quien aplaude y disfruta desde fuera.
¡Viva el Carnaval!