martes, 30 de enero de 2018

Microcrónica literaria de la 1ª noche de Preliminares del #COMBA2018

- Un café solo, por favor.
Qué maravilla de lunes, he salido pronto de trabajar, no parece que estemos en invierno y hay una mesa vacía en mi terraza preferida, ¿qué más puedo pedir?

Lamentablemente, no todo puede salir perfecto. Yo buscando tranquilidad, escuchar el canto de los pájaros, que me acaricie la suave brisa... y justo tiene que empezar su turno un obrero, al que veo venir con una taladradora. Estoy a punto de levantarme e irme cuando veo que no es un obrero: es un arqueólogo que mira los planos, mira el suelo, niega con la cabeza, desecha la taladradora y empieza a cavar con una pequeña pala, con mucho mimo y cuidado.
- Oiga, ¿va a usar la taladradora?
- No, por dios, no se me ocurriría, esta tierra se merece respeto, hay que tratarla con delicadeza y cariño. Solo así podremos extraer sus verdaderas riquezas. No sé qué estoy buscando, pero seguro que algo encontraré. Como mínimo tendré otro día más para excavar.
- Pues que tenga mucha suerte.

Viendo que el arqueólogo no iba a perturbar mucho mi tranquilidad, me puse a observar una curiosa pareja. Deduje que eran madre e hijo, pero su interacción era de lo más extraña: ella tratando de hablarle a grito pelado y él mirando a chicas... bueno, a señoras ya entradas en años, como añorando un largo amor recién terminado... Dios mío... Él parecía que tenía lumbalgia de cargar, ella seguía gritando. Él riñendo a un niño que tiraba gusanitos a los pájaros y la madre... pues gritando.
- Su café
- Muchas gracias, por cierto, ¿sabe si esos dos se van a quedar mucho tiempo?
- Vienen mucho por aquí, es común verlos. Si pasa la semana que viene por aquí, los verá también.

No me dejó muy tranquilo. Ya que se me había despertado la vena cotilla, me centré en observar durante un buen rato a otra mesa, con otra extraña pareja. Dos amigos, antagónicos totalmente. En los diez minutos que estuve escuchando, dieron un repaso a toda la actualidad y creo que no se pusieron de acuerdo ni una sola vez. Uno decía "blanco", el otro "negro"; uno "derecha", el otro "izquierda"; uno "Real Madrid", el otro "Barcelona"... y así con todo. Por un momento temí que fueran a acabar mal, pero todo lo contrario. Se levantaron para marcharse, se dieron un abrazo y se despidieron con un "la semana que viene nos vemos de nuevo, ¿no?" "Claro, amigo, aquí estaremos". Curiosos personajes.

Decidí que era el momento de marcharme, pedí la cuenta, pagué el café con la última moneda que me quedaba y me levanté. Justo en ese momento, se me acerca un hombre bastante estrafalario con pintas de mendigo algo loco, con un mono a cuestas y unos andares algo sospechosos. Sus intenciones solo eran las de pedirme una moneda y le dije que acaba de usar la última. No se lo debió creer: tanta gente habría usado la misma excusa... Por curiosidad le pregunté de dónde era y me dijo que de aquí y de allá, que esos días estaba en aquella plaza, pero que la semana que viene seguramente estuviera en otro lado. Me conmovió su amor a la ciudad, pero no pude hacer más por él, y seguramente tardáramos en encontrarnos.

Emprendí el camino a casa, recordando la tarde que había pasado, muy original, había conocido a gente muy variopinta a la que no me importaría volver a ver. Aunque para eso tenga que esperar una semana entera.

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