jueves, 21 de febrero de 2019

Microcrónica literaria de la 2ª noche de Preliminares del #COMBA2019

- Venga, hijo, bájate, que ya hemos llegado. Mira, ahí está.

La Muerte y su hijo se bajaron de la nube negra en la que se desplazaban habitualmente cuando llegaron a aquella dehesa medio desierta.

El hijo se hizo el remolón, pero acabó bajando y dirigiéndose al grupo de personas aburridas y enfadadas que estaban allí. El chaval estaba aprendiendo el oficio y, aunque no le gustaba mucho, sabía que al menos debería ejercer una vez más.

- Mira y aprende, hijo- el padre llamó la atención del numeroso grupo de personas, que se cobijaban bajo la sombra que daba aquel tren humeante que se había estropeado horas antes-. Buenos días, señores, soy la Muerte, y vengo a llevarme a uno de ustedes.

Palidez, confusión, miedo y algún desmayo siguieron a esta declaración, mientras, la Parca impasible sacaba una lista y la repasaba en silencio. Un silencio tenso.

- Y quien tiene que poner fin a sus días es... - más silencio abrumador, como si fuera la ceremonia de los Goya- ¡el tren! El resto, por favor, circulen, no se me amontonen. Por aquí no los volveremos a ver en una temporada.

Cuando la muchedumbre se marchó, el padre siguió con el aprendizaje y le dijo a su retoño que llamase para avisar de que enviaban un alma para arriba.

- ¿Hola? Quería hablar con el representante religioso, ¿es posible?
- Para empezar, ¿con cuál? Tenemos a uno de cada, esto parece el Corte Inglés el primer día de rebajas. Y después, no creo que le puedan ayudar mucho, ya sabe que cada vez hay menos gente con fe y su oficio se está perdiendo. Aunque, curiosamente, cuando llega la despedida, todos se acuerdan de ellos.
- Pues... la verdad... ¿le puedo dejar un recado y se lo da al primero que pille? Perfecto, apunte...

A la Muerte se le saltaban las lágrimas al ver cómo su hijo aprendía. Nunca sería mejor que él, que era de las más grandes, pero tampoco lo hacía mal: compartirían alguna muerte más.

Una vez terminado el trabajo, fueron a dar una vuelta mientras repasaban conceptos.
- ¿Ves a aquel abuelo con sus nietos? ¿El que se ha quedado encajado en el trenecito de madera tratando de perseguir a la pequeña? Pues es el típico que puede aparecer en la lista mañana mismo.
- Se le ve con ganas y vitalidad, aunque tuvo tiempos mejores. ¿Venimos a por él?
- No seas cruel, creo que con el incidente del trenecito ha tenido bastante y no volverá por aquí en un tiempo.

Estaban a punto de terminar la jornada laboral cuando les llegó un mensaje. Les avisaban de una situación de intrusismo laboral: una reina de no sé qué país, debido a no sé qué afrenta, se tomaba la justicia por su mano y mandaba a cortar las cabezas alegremente, como quien pide que le corten lo verde de los puerros en la verdulería. La notificación venía de un infiltrado en aquel país, un sombrerero que estaba más p'allá que p'acá, pero que llevaba tiempo haciendo bien su trabajo. Le pidieron que vigilara de cerca a esa Reina mientras ellos llegaban, "sin problema, estaré aquí una semana más". De camino al local del sombrerero, comentaron si había llegado el momento de cambiar el uniforme de Muerte y empezar a llevar, por ejemplo, bombín.

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